La literatura de Afganistán


País: 
Afganistán

La literatura de Afganistán

El territorio de la actual Afganistán ha sido poblado a lo largo de la historia por diversos pueblos, de los cuales, los que pudieron aportar un mayor bagaje cultural fueron los arios e iranios que hicieron llegar hasta allí el Imperio Aqueménida y los griegos que llegaron de la mano de Alejandro Magno, pero como se hablará de esas literaturas en los artículos de Irán y de Grecia, y como otros pobladores (hunos, mongoles, etc) no tenían tanto desarrollo cultural, comenzaremos tratando la poesía que comenzó a desarrollarse a partir del siglo IX. Esta poesía comenzó a producirse en dari, la forma en la que se conoce en Afganistán a la variante del farsi que está presente en el país, y en un momento inicial tuvo como principales figuras las de Hanzale de Badghis, Mahmud Warrak, Rabi a Quzdari de Baljm Rudaki y Daqiqi, aunque después también tuvieron protagonismo otros nombres como Sana`i y Yami, hasta que finalmente (ya en los siglos XVI y XVII) el género iba a experimentar un cambio por la influencia del estilo indio.

Más o menos por esa época iba a tomar el testigo la poesía en la otra lengua principal del país, el pastún, con origen en baladas populares y con cierto toque místico, con protagonismo para Mirza Ansari y Abd-al Rahman. La especialidad del género es la de los poemas conocidos como landays, generalmente consistentes en dos versos compuestos por veintidós sílabas aleatoriamente distribuidas (pueden ser dos de once o uno de quince y otro de siete), y que generalmente tratan temas como el amor y el desamor, el erotismo, la lamentación, la pasión y el dolor, aunque también  otros como la guerra, las armas o el ingenio. Generalmente los han producido voces femeninas, y en un buen número de ocasiones plasman virtudes de las representantes de ese género, como la precisión y la agudeza. Los landays se han impregnado tanto en la cultura afgana que se han mantenido hasta la actualidad, aunque en las restrictivas condiciones del estado y la sociedad afganos de las últimas décadas, los poemas representan un tabú y pueden desencadenar represalias legales y sociales. Otras formas poéticas conocidas del país han sido los ghazal (expresiones poéticas que tratan de plasmar contrastes, como por ejemplo el del dolor de la pérdida y la belleza del amor) y los charbeiti (en cuatro versos, versando sobre eventos de la vida de los poetas).

Saliendo un poco de los géneros, y entrando más en nombres propios algo desvinculados de esos movimientos, en el siglo XI apareció Abu Nasr Mansur (autor de tratados sobre Astronomía y otras ciencias), en la transición entre el siglo XV y el XVI tomó protagonismo Babur (poeta y autor de sus memorias descendiente del conquistador turco-mogol Tamerlán), mientras que en el siglo XVII merece la pena destacar los nombres de Abdul Qader Belil (poeta con orígenes e influencias uzbekas e indias que escribió en dari), Nazo Toji (guerrera y poetisa considerada madre de la nación afgana) y Jushal Jan Jattak (también guerrero y poeta que plasmó su obra en pastún y del que se dice que escribió más de doscientos libros y cuarenta y cinco mil poemas).

Y volverían a aparecer figuras relevantes en el siglo XX, con Nur Muhammad Taraki (autor sobre todo de novelas, relatos sociales y obra política centrada en la vida de los pobres, aunque también trabajó otros géneros), Mohammad Musa Shafiq (poeta además de primer ministro), Masuma Esmati Wardak (escritora y activista por los derechos de las mujeres de mediados de siglo), Abdul Rahman Pazhwak (poeta y traductor de textos indios al pastún), Hamza Shinwari (poeta que se consideraba que fusionaba lo tradicional y lo moderno) o Sulaiman Laiq (escribió en los dos idiomas principales del país y tuvo que terminar por exiliarse). En un período aún más actual, se ha generado una literatura más orientada a la denuncia social, o casi más bien política, por las dificultades que el país ha atravesado en las últimas décadas del siglo XX y las que llevamos del XXI, con aportación notable de Khaled Hosseini, quien ha dado conocer mundialmente el horror del país, Nadia Anjuman, autora de poemas que describen la opresión de las mujeres afganas, Mariam Ghani (con origen e influencia del Líbano) y Kamran Mir Hazar (poeta de etnia hazara que ha publicado varias antologías).

La literatura sobre Afganistán

Ya aparecen referencias a Afganistán en algunos de los más célebres relatos viajeros de la Edad Media, como “El libro de las maravillas” (que narra las aventuras de Marco Polo) y “Regalo de curiosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes maravillosos” (que plasma las vivencias de viaje del marroquí Ibn Battuta), de los siglos XIII y XIV respectivamente. De algo más tarde, en concreto del siglo XVI es “Embajador en la corte del gran mogol”, del jesuita español Antoni de Montserrat.

De mediados del siglo XX son obras como “El camino cruel”, de Annemarie Schwarzenbach, y “Hacia el trono de los dioses”, de Herbert Tichy, y aún más actuales (finales del XX o XXI) son las aportaciones de Amador Guallar (En la tierra de Caín. Viaje al corazón de las tinieblas”), Cristopher Kremmer (“Las guerras de las alfombras”), Antonio Pampliega (“Las trincheras de la esperanza”), Ana María Briongos (“Un invierno en Kandahar. Afganistán antes de los talibanes), Juan Pablo Villarino (“Vagabundeando en el eje del mal”), Wojciech Jagielski (“Una oración por la lluvia”), Rory Stewart (“La huella de Babur”), Ramón Lobo (“Cuadernos de Kabul”) o Svetlana Alexievich (“Los muchachos de zinc), todos ellos con el denominador común de tratar de reflejar la complicada y cruel situación del país a nivel internacional. También, aunque más de pasada, mencionan el país Paul Theroux en su “El gran bazar del ferrocarril” o Manu Leguineche en su “El camino más corto”.

Lecturas propuestas

Cometas en el cielo (Khaled Hosseini)

Se trata de un precioso libro que tiene como tema principal el de la amistad, contada a través de la historia y la relación de dos niños (pertenecientes a etnias y clases sociales diferentes, siendo uno de ellos de la maltratada etnia hazara) que comparten una inolvidable infancia en una Kabul entrañable, pero a quienes las circunstancias y un hecho determinado que sucede entre ellos, les obligan a separarse, con Amir, el que tiene todo a su favor, emigrando a Estados Unidos cuando las cosas empeoran en el país. Pero la vida da muchas vueltas y oportunidades, y Amir va a tener la de volver a Afganistán para intentar reencontrarse con su pasado.

Mil soles espléndidos (Khaled Hosseini)

Es este un buen libro para comprobar las terribles condiciones sociales a las que la mujer se enfrenta en Afganistán, especialmente desde que los talibanes se asentaron en el poder. En las distintas partes del libro se cuentan las historias de sus dos protagonistas femeninas, en las que una u otra pasan por lances tales como la censura social por la condición de hija bastarda, la dificultad para salir a la calle en condiciones normales, el matrimonio forzado con un hombre mucho mayor y notablemente desagradable para la mujer o la huida obligada con el hombre a quien de verdad se ama a otro país con todas las pertenencias (una cabra) a cuestas.

Las trincheras de la esperanza (Antonio Pampliega)

Es difícil determinar si este libro es fantástico u horroroso, y es que tiene tanto de interés y de calidad literaria como de horror. Porque el horror es el auténtico protagonista, mal que les pese al autor y al que debería haber sido protagonista del libro, el italiano Alberto Cairo, que lo dejó todo para irse a Afganistán a ayudar a los demás. Aunque si él no es el protagonista es porque no quiso serlo, ya que insistió en cederles el protagonismo a ellos, a los afganos, que le cuentan directamente sus historias al autor. Decenas de personas que perdieron una o las dos piernas, niñas que no pueden estudiar ni apenas salir de casa, familias rotas, adictos al opio y gentes que viven atemorizadas son solo algunos de los protagonistas de esas historias.

Los caminos del mundo (Nicolas Bouvier)

En este excelente libro de viajes, el autor suizo narra sus peripecias en el viaje que emprendió junto a un amigo pintor (cuyas ilustraciones adornan el libro) desde la antigua Yugoslavia hasta la frontera entre Afganistán y la India. Es la última parte del libro, por tanto, la dedicada al país centroasiático, y en ella describe las bondades de una Kabul que poco tenía que ver con la actual, cuenta curiosidades de las montañosas y con frecuencia solitarias carreteras del país, aporta anécdotas de hostales y tabernas perdidas en los rincones más recónditos, y muestra el modo en el que los afganos perciben a Occidente.

Unos apuntes geográficos, históricos y culturales que ayudan a entender la literatura

Afganistán es un país de Asia Central con una complicada orografía (es protagonista la cordillera del Hindu Kush, que hace que un 75% del país sea montañoso), y que allá donde no tiene alta montaña está surcado por mesetas y desiertos. El país ha estado siempre rodeado por grandes potencias históricas como Persia, Rusia o la India, y tiene un clima continental extremo y árido, y varios ríos importantes (como el Amu-Daria, el Helmand o el Kabol) atraviesan el país.

La pertenencia a los imperios persa y macedonio y la llegada de pueblos violentos como los mongoles o los hunos marcaron el destino de los primeros siglos de humanidad en territorio afgano. En el siglo VII, los sasánidas son vencidos por los árabes y llegan el Islam (que sustituyó a otras prácticas religiosas como el zoroastrismo o el budismo) y la sucesión de una serie de dinastías hasta que llegaron los europeos  y tuvieron lugar los primeros enfrentamientos con ellos. Iba a ser con británicos (con quienes hubo varias guerras) y con soviéticos (quienes ocuparían el país) con quienes la interacción sería más intensa y complicada, y desgraciadamente, la liberación de ellos no iba a suponer una mejora de la situación, sino lo contrario, una radicalización de los peores aspectos del Islam.

Esa radicalización marca la vida en un país en el que los pastunes son la etnia más numerosa, viéndose acompañada por otras originarias de Asia Central como los tayikos, los hazaras o los uzbekos. La ubicación del país, en medio de las grandes e históricas rutas comerciales –como la Ruta de la Seda- y de las vías de desplazamiento de numerosos imperios, ha provocado que la recepción de influencias haya sido múltiple y variada.



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