La literatura de Irak


País: 
Iraq

La literatura de Irak

La región de Mesopotamia es la que tiene el honor, dentro de todo el mundo, de haber dado a luz la más temprana forma de literatura escrita de la que se tiene constancia. Allá por el año 3.000 a.C. comenzó a desarrollarse la escritura, primero pictográfica y fonética, y posteriormente cuneiforme (aunque al principio se utilizó para llevar las cuentas administrativas, más adelante provocó el nacimiento de la literatura).

Diversos pueblos fueron desarrollándose y ganando importancia, y con ellos lo hicieron sus respectivas literaturas; los sumerios hicieron una literatura basada en mitos, historias sobre la vida de los dioses, himnos templarios, proverbios y lamentaciones;  los acadios trataron más los temas religiosos y épicos y los babilonios se centraron en himnos reales y códigos que regulaban la vida diaria. De estas primeras etapas destacan obras como “Gilgamesh” (una epopeya acadia que es considerada la obra narrativa más antigua de la que se tiene constancia en el mundo), el poema de Atrahasis (también acadio, narra la historia de un gran diluvio, y pudo influir en la historia bíblica de similar argumento), el Enuma Elish (un poema babilonio de corte religioso que narra cómo fue creado el mundo) y el Código de Hammurabi (también caldeo-babilonio, con carácter más legal-administrativo, pero que describe las principales características de la sociedad de la época).

Después de esa larga etapa inicial en la que las civilizaciones y sus literaturas se fueron sucediendo, que se extendió entre los años 3000 y 1500 a.C aproximadamente, habría que esperar hasta los siglos VII y VIII de nuestra era para encontrar nuevos factores diferenciadores y que se destacaron sobre otras formas de literatura. Es la época dorada del mundo árabe, dentro del que Bagdad tuvo un período de gloria como centro de la ciencia, la cultura y la literatura del ámbito islámico, ofreciendo nombres como los de los poetas Al-Farazdaq (que plasmó su talento en textos sobre sus asuntos matrimoniales, en sátiras y en ataques a los que ostentaban el poder), Abu Nuwas (que escribió con nostalgia sobre el beduinismo –la forma de vida en el desierto anterior a la llegada de la nueva religión- e influyó en varios escritores posteriores), Rabia al Adawiyya (reconocida santa, mística y filósofa sufí) y Abu-l-Atahiya (con textos dedicados a una concubina que no le correspondía y, en una etapa posterior, al ascetismo). De un momento posterior (siglo IX y X), y ya con menor relevancia de la actual capital iraquí por la dispersión del imperio islámico en califatos, son las no menos importantes figuras (también principalmente poetas) de Al-Mutanabbi (que consideraba que la poesía era una obra cósmica que expresaba la persona, la sociedad y el universo al mismo tiempo), Al-Jahiz (fundador de la prosa en lengua árabe, con dedicación a las obras religiosas y a una especie de equivalente de las novelas de formación europeas) y Al-Rumi (con una variada obra que incluía odas, elegías o panegíricos sobre la belleza femenina, la naturaleza y el vino). En estos siglos de referencia del mundo árabe, merecería la pena destacar también la aportación de grandes estudiosos en determinadas disciplinas que, aunque no fuera su principal dedicación, también cultivaron la literatura (serían ejemplos el filósofo Al-Kindi y los geógrafos e historiadores Ibn Hawqal y Al Masudi).

Y aunque los siglos siguientes tuvieron algún protagonista literario digno de mención (destacaría entre otros el nombre de Abd al Latif al-Baghdadi, quien cultivó principalmente el ensayo y un equivalente de la literatura de viajes actual –con un viaje a Egipto-), habría que esperar hasta una época mucho más reciente, como es el siglo XX, para volver a encontrar una producción literaria sistemática y enmarcada dentro de una corriente común. De ese período son Abd al-Wahhab al-Bayati (exiliado y con una obra de gran trascendencia para comprender la evolución de la literatura árabe), Muhsin Al-Ramli (importante novelista y dramaturgo, además de traductor de clásicos españoles al árabe), Bahira Abdulatif (estudiosa de la situación social de Irak), Hassan Mutlak (comparado con Federico García Lorca) y Nazik al Malaika (importante e influyente poetisa, la primera en utilizar el verso libre).

La literatura sobre Irak

Los grandes viajeros medievales hicieron de Irak uno de sus lugares de paso, y sobre él escribieron en los distintos textos que legaron a la posteridad; así, Benjamín de Tudela pasa por varios lugares de la actual Irak en su “Libro de Viajes”, del siglo XII, Marco Polo atraviesa su territorio camino de China en el siglo XIII, y el norteafricano Ibn Battuta visita el Kurdistán en su periplo por Asía, Europa y África un siglo después.

De época mucho más reciente (siglo XX) son algunas de las aportaciones más relevantes que han hecho extranjeros sobre Irak: los textos de los escritores británicos Gertrude Bell (de sus documentos e informes, además, salieron relevantes descubrimientos arqueológicos y se derivaron implicaciones políticas –diseñó las fronteras de la actual Iraq-), Thomas Edward Lawrence (más conocido como Lawrence de Arabia, quien habla sobre Irak –entre otros países- en su obra autobiográfica “Los siete pilares de la sabiduría”) y Wilfred Thesiger (que escribió sobre el país en su célebre obra “Los árabes de las marismas”). En un nivel menor de importancia, destacan las aportaciones de la autora de la misma nacionalidad Jan Morris, con su libro de viajes “El mercado de Seleukia”, y del español José Luis Sampedro, con su obra narrativa “Los mongoles en Bagdad”.

Lecturas propuestas

Gilgamesh (Anónimo)

Esta epopeya narra las vivencias del héroe y semi-diós Gilgamesh, en conjunto con su alma gemela y amigo Enkidu, al que conoce cuando este abandona el medio salvaje en el que había nacido y crecido. Ambos emprenden una larga y tortuosa aventura en busca de un preciado objetivo: el de la inmortalidad. Para conseguirlo, correrán aventuras, sortearán peligros y se enfrentarán a duras pruebas, dejando patentes unos sólidos principios y valores basados en la amistad y la fidelidad.

Raíces nómadas (Pius Alibek)

Este escritor iraquí afincado en Barcelona construye un libro con claro sello autobiográfico con el fin de mostrar al mundo la privilegiada situación de la Irak anterior a la guerra con Irán, con un nivel de vida que poco tenía que envidiar al de Europa o al de cualquier otra parte del mundo. El autor, natural del norte del país y perteneciente a una minoría cristiana que habla arameo, nos cuenta cómo era la Basora –una de las ciudades más importantes del país- de su época, y nos habla de la cosmopolita Bagdad, de sus tempranos contactos con países extranjeros, y en definitiva, de un Irak ya extinto, al que se han encargado concienzudamente de extinguir.

Los árabes de las marismas (Wilfred Thesiger)

Este clásico de la literatura de viajes narra las vivencias del escritor británico en las marismas del sur de Irak, donde se preservaban una riqueza étnica y un modo de vida tradicional que después se terminarían perdiendo. Thesiger deambula por los rincones más insospechados de esa magnífica región natural, conviviendo con sus habitantes, ganándose su confianza, participando en sus actividades tradicionales –como la caza del jabalí-, y sufriendo con ellos las penurias que les amargan la vida, como las inundaciones, las sequías, y los mortales conflictos entre tribus.

El camino más corto (Manu Leguineche)

El genial reportero y escritor español emprende su viaje más loco, aun siendo un adolescente y acompañado por un variopinto y curioso grupo. En su periplo alrededor del mundo pasan por Irak, y él se encarga de dejar testimonios sobre sus peripecias por el desierto camino de la capital (incluidas surrealistas interacciones con guardias de los controles de carretera), las tórridas temperaturas de Bagdad, la búsqueda de los restos de lo que pudo ser la Torre de Babel o la convulsa etapa entre golpes de estado en la que visitan el país, entre otros asuntos.

Unos apuntes geográficos, históricos y culturales que ayudan a entender la literatura

Mesopotamia hace honor al significado del nombre otorgado por los griegos (que significa “entre ríos”) y se asienta entre los brazos que forman el Tigris y el Éufrates, dos de los cursos de agua más importantes de Oriente Próximo. Su fertilidad y la localización estratégica en el paso entre Europa y Asia son seguramente los dos factores que más influyeron en el temprano desarrollo de la civilización. Gran parte del territorio del país es desierto, y aunque se queda cerca de disfrutar los beneficios de los mares Mediterráneo y Caspio, tiene que conformarse con una estrecha franja de salida al Mar Rojo en el Golfo Pérsico.

De Mesopotamia son las primeras civilizaciones de las que se tiene constancia, en una sucesión de períodos de poder y protagonismo de civilizaciones sólidas como la sumeria, la acadia, la asiria y la caldeo-babilónica. Algunas de ellas –como la sumeria y la babilónica- disfrutaron de distintas etapas de esplendor, y entre todas legaron una influencia enorme a otras civilizaciones posteriores que han tenido un enorme impacto en Europa primero, y en el resto del mundo después (en especial, la judeo-cristiana y la griega). En un momento posterior, Bagdad sería el centro del mundo cuando el Califato Abasí la hizo su capital, y aunque después perdió importancia, ha continuado siendo una de las ciudades más relevantes de Oriente Medio. Los enfrentamientos con la antigua Persia o con la actual Irán han estado siempre a la orden del día, y entre medias el país ha pasado por una ocupación otomana y por conflictos con otros pueblos como los timúridas de Tamerlán.

En la actualidad apenas quedan reducidos vestigios de la riqueza étnica que caracterizó el territorio mesopotámico (Saddam Hussein terminó con el principal foco en el que se preservaba, las marismas del sur del país), y casi todo está influido de forma casi completa por la cultura árabe, con la excepción de la resistencia que ofrece el pueblo kurdo en la parte norte del país y de alguna minoría cristiana que sobrevive a duras penas.



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