La literatura de Japón


País: 
Japón

La literatura de Japón

En la literatura oral de Japón, todo comenzó con una serie de ritos folclóricos y religiosos en forma de narraciones, canciones y danzas. Un tema que adquiría especial protagonismo era el de los ciclos de cultivo del arroz, con fiestas para celebrar la llegada o la despedida del dios que representaba a ese recurso tan valioso. En ellas, era de capital importancia la figura del kataribe, o recitador de historias que transmitía hechos, mitos y leyendas que constituían la esencia de una comunidad (generalmente era una función desempeñada por una mujer, que podía pertenecer a la corte). Esas mismas composiciones llegaron, con el paso del tiempo y ya en el siglo VIII, a plasmarse por escrito, formando las primeras producciones literarias, como el "Kojiki" (“Memorias de los sucesos de la humanidad”) y el "Nihonshoki" (“Crónicas de Japón”), ambas empresas oficiales, encargadas por emperadores o emperatrices con el objetivo de construir un país regido por un poder central. También destaca en este período inicial de literatura escrita una tercera obra, en este caso de poesía, titulada "Manyoshu" (“Colección de diez mil hojas”), que agrupa poemas de amor, elegías o misceláneos.

El final del octavo siglo marca el inicio de un período de casi cuatro centurias que se conoce como clásico, con gran producción de diarios privados, libros de impresiones, relatos poéticos, relatos breves, novela lírica y poesía. Entre las obras más destacadas se encuentran “Kokinshu” (una colección de poemas ordenada por un emperador), “Tosa Nikki” (un diario a cargo de Ki no Tsurayuki), “Genji Monogotari” (una novela cortesana sobre la vida del hijo de un emperador y los valores de la aristocracia del período -es considerada  la primera novela de la historia de la literatura por algunos expertos-) y “Makura no Soshi” (el diario de una cortesana). Tras el esplendor de ese período, llegaría la pobreza del conocido como período medio, originada por la presencia de hambrunas y guerras, en el que solamente merece la pena destacar la producción literaria que llega de la mano de monjes, como es el caso de las obras “Heike-monogatari” y "Tsurezuregusa", y el surgimiento del Teatro Noh, que tenía como objetivo la exaltación patriótica y la propaganda religiosa. Después vendría el largo período de aislamiento japonés, entre los siglos XVII y XIX, marcado por la desconfianza hacia todo lo europeo, en el que volvió a haber una notable producción literaria en diversos géneros. En novela destaca el autor Saikaku Ihara, cuya principal obra es “Hombre lascivo y sin linaje”; en teatro convivieron las tendencias kabuki (representado por personas) y bunraku (en el que se utilizaban marionetas), y destaca el autor Chikamatsu Monzaemon; por último, en poesía tuvieron un papel destacado Issa Kobayashi y Matsuo Basho (ambos compusieron haikus, pequeños poemas en los que se intentaba expresar la máxima cantidad posible de cosas con el mínimo número de palabras posible y que se encadenaban dando lugar a lo que se conoce como arte poético renga).

Y después de ese período de aislamiento llegaría la que puede considerarse la etapa gloriosa de la literatura japonesa, coincidiendo con el período Meiji, a finales del siglo XIX y principios del XX, en el que, con la recuperación de la libertad para escribir, y durante un largo período que llega prácticamente hasta nuestros días, van a surgir varios de los escritores más célebres del país nipón, como Ryunosuke Akutagawa (cuya obra más importante es “Cuentos de antaño”), Natsume Soseki (novelista y poeta, con su obra cumbre “Kokoro”), Junichiro Tanizaki (cuyos relatos se ubican dentro del ámbito del erotismo y la sensualidad), Yasunari Kawabata (más centrado en el amor no correspondido y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968, destacando la obra “Mil grullas”), Yukio Mishima (del que destacan “Confesiones de una máscara” o “El pabellón de oro”) o Dazai Osamu (con varias obras consideradas clásicos modernos, como “El ocaso” o “Indigno de ser humano”). Aún más cercanos a nuestros días son los también notables Kenzaburo Oe (segundo japonés ganador del Nobel, en 1994, que escribió “Una cuestión personal”) o Haruki Murakami (uno de los nombres más destacados del surrealismo japonés, frecuente aspirante al Nobel).

La literatura sobre Japón

Marco Polo fue seguramente el primer europeo en nombrar Japón, a la que llamó Cipango, en su “Libro de las maravillas del mundo”, tras su paso por el país en el siglo XIII. También escribió sobre el país el monje franciscano Diego de San Francisco, quien estuvo allí a principios del siglo XVII y dejó los textos que después conformarían el libro “Vida clandestina de un misionero en Japón”.

La literatura sobre Japón proliferó, en cualquier caso, coincidiendo con la reapertura del país del país a los extranjeros del período Meiji, en los siglos XIX y XX, destacando obras como las de Rudyard Kipling (“Viaje al Japón”), Isabella Bird (“Japón inexplorado”) y Lafcadio Hearn (escribió numerosas obras que dieron a conocer Japón en Europa) en el primero de esos siglos, y aportaciones como las de de Nicolas Bouvier (“Crónica japonesa”) y Paul Theroux (dentro de su “El gran bazar del ferrocarril) ya en el siglo XXI.

Lecturas propuestas

Tokyo Blues (Haruki Murakami)

Este libro encarna como pocos la excentricidad del pueblo japonés moderno en general y de la literatura de Murakami en particular. La obra del eterno aspirante al Nobel, de tono triste, y en mi opinión, extraña, encarna un mundo de locuras juveniles y obsesiones sexuales en residencias universitarias, todo ello en forma de recuerdos de vivencias de un emigrante japonés a Europa que vuelve a Japón y, por ello, evoca su pasado. Los personajes, los lugares, los acontecimientos, todo, ayuda a crear una atmósfera tan nostálgica como desconcertante para el lector.

El dragón, Rashomon y otros cuentos (Ryunosuke Akutagawa)

Se trata de una recopilación de relatos de este célebre escritor japonés de principios del siglo XX. Los relatos cuentan con estilos y temáticas diferentes, en clara muestra de que están escogidos por todo el largo y el ancho de la carrera literaria del autor, e ilustran buena parte de las costumbres y creencias tanto del Japón de su época como del que había existido con anterioridad. Samuráis, dragones, señores feudales, jardines, artesanos, templos, sucesos históricos (como la guerra chino-japonesa) y casas de té, entre otros aspectos y cuestiones de la tradición japonesa, quedan magistralmente retratados en el libro.

Sendas de Oku (Matsuo Basho)

Es este un ejemplo de literatura de viajes escrita por un autor japonés sobre su propio país, y además el testimonio cuenta con el valor de que fue escrito en el siglo XVII, con lo que eso conlleva en cuanto a relevancia como documento histórico del Japón de la Era Tokugawa. Basho, un monje zen, emprende un largo peregrinar por distintas regiones de Japón en compañía de un discípulo, y ambos descubren campos, montañas, templos, monasterios y castillos, a la vez que charlan con las gentes que encuentran a su paso. Y, lejos de conformarse con describirle al lector cuanto van descubriendo de una manera sobria, lo hacen a través de los haikus que van componiendo según el viaje se desarrolla.

Viaje al Japón (Rudyard Kipling)

Como decíamos, si la literatura de viajes siempre es interesante, lo es más si es de un momento distante en el tiempo, y es lo que ocurre de nuevo con la narración de la visita de Kipling a Japón (a Tokyo, Kyoto y Osaka, entre otros lugares) a finales del siglo XIX. El libro combina la exposición de los elementos característicos del país, como su teatro, su cocina o sus ferrocarriles, con la narración de las vivencias extraordinarias que siempre deja un viaje (en el caso del escritor angloindio, en forma de conversaciones o de problemas para conseguir ciertos documentos).

En el barco de Ise (Suso Mourelo)

Este conocido escritor español de literatura de viajes que antes había escrito sobre China o Mongolia, viaja a Japón persiguiendo las huellas de lo mejor de su literatura. Amante y profundo conocedor de la cultura japonesa, nadie como él para guiarnos por los lugares que transitaron Tanizaki, Kawabata o Mishima, o los personajes que esos escritores crearon. Y de la mano con él, el lector puede adentrarse en las conversaciones, los hogares y los aspectos sociales y culturales del Japón de hoy en día, en los que el autor se sumerge con su aguda mirada y su deliciosa prosa.

Unos apuntes geográficos, históricos y culturales que ayudan a entender la literatura

Japón es un estado insular del Este de Asia compuesto por casi siete mil islas, aunque casi toda la actividad y la población se concentran en cuatro de ellas. Se trata de un país montañoso cuyo territorio ha tenido que ser muy trabajado por su habitantes, que tiene una notable actividad volcánica y sísmica y que se caracteriza por tener un clima húmedo y lluvioso. A pesar de su relativo pequeño tamaño y de estar rodeado por gigantes como Rusia y China, se trata de una de las principales potencias económicas del mundo.

Tras ser fundado como estado allá por el siglo VII a.C. por el emperador Jinmu, el budismo y el sistema caligráfico chino llegaron en los siglos V y VI d.C. No será hasta el siglo XVI cuando comiencen a llegar con regularidad mercaderes y misioneros europeos, especialmente procedentes de Portugal, España, Holanda e Inglaterra. Los contactos fueron más o menos intermitentes, hasta que llegó la etapa de total aislamiento del extranjero promovida por la dictadura conocida como shogunato Tokugawa, que terminaría con el emperador Meiji y el comienzo de la etapa conocida con el mismo nombre, que ha llegado hasta nuestros días. El país tuvo una traumática participación en la Segunda Guerra Mundial, para después erigirse en uno de los estados más desarrollados del planeta.

La etnia mayoritaria en el país es la de los japoneses actuales, que en su día desplazaron y marginaron a etnias indígenas de las islas como los ainos, hoy en día arrinconados en el norte del país. Aparte de la inevitable influencia cultural china, Japón siempre se ha caracterizado por una voluntad de mantener una arraigada tradición y unas costumbres basadas en su propio pasado, que llega hasta nuestros días, cuando esa tradición convive con el progreso que se le supone a uno de los países más avanzados del mundo tecnológica y socialmente. En lo que se refiere a la religión, predomina el Sintoísmo, que era la religión que existía antes de la llegada de un Budismo que aglutina a alrededor del 30% de la población.

 



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