La literatura de Kirguistán


País: 
Kyrgystán

La literatura de Kirguistán

La literatura kirguís comenzó con una tradición oral que llevaban a cabo principalmente poetas (conocidos como akyns) que viajaban de pueblo en pueblo exponiendo su obra poética, que en muchas ocasiones era generada de forma espontánea y que por lo general iba acompañada por otros elementos como música, mímica, gestualidad y entonación (la poesía solía ser recitada en el contexto de festividades y ceremonias religiosas o privadas, y tenía temas, estilos narrativos y melodías variadas). Algunas de esas obras se tornaron tan populares que fueron memorizadas y transmitidas de una generación a otra, como sucede en el caso de la “Epopeya de Manas”, en la que se narra la vida de un guerrero, de su hijo y de su nieto (de él se ha dicho que puede tratarse del poema épico más largo del mundo -es 20 veces más larga que “La Odisea”- y que mezcla elementos reales y legendarios, aunque lo que está fuera de toda duda es que narra algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia kirguís posterior al siglo IX). En un orden menor de importancia, también destaca “Kojojash”, en el que se narran las aventuras de un diestro cazador. Hay que tener en cuenta que la relevancia y la extensión en el tiempo de esa literatura oral ha sido más elevada que en el caso de otros países, con motivo de que una buena parte de la población no ha estado alfabetizada hasta tiempos relativamente recientes. En relación a la literatura oral, también es interesante destacar que la figura de los akyns ha sido declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

La literatura escrita comienza en el siglo XIX, y lo hace, entre otras cosas, con la transcripción de la ya mencionada “Epopeya de Manas”. También de ese siglo es la poesía de Moldo Niyaz, escrita en idioma chagatai (que es una suerte de idioma común a toda la región de Asia Central que fue utilizado en el Khanato Chagatai y que, a la extinción de este, continuó siendo utilizada principalmente para fines literarios por todos los países de la región). Ya en el siglo XX, la literatura kirguís escrita va a experimentar una serie de dificultades derivadas de los continuos cambios de alfabeto, y es que, si con anterioridad a la Revolución Rusa de 1917 el idioma kirguís se transcribía con el alfabeto árabe, a partir de 1927 se comenzó a utilizar el alfabeto latino para finalmente pasar al alfabeto cirílico en 1941 -este todavía sigue siendo utilizado en la actualidad-. En ese contexto, una de las primeras obras impresas en un idioma cercano a lo que es el kirguís moderno es “El cuento del terremoto”, de 1911 y del autor Moldo Qilich, que pertenece a un género local conocido como sanat-nasiyat que es utilizado por los poetas para tratar aspectos sociales (en este caso, la obra expresa la desilusión ante la cuestión colonial rusa). A pesar de esas críticas al régimen colonial, hay que decir que fue el aumento de la tasa de alfabetización que se consiguió con el paso del tiempo bajo el dominio ruso lo que tuvo una clara correlación con el aumento de la producción literaria kirguís, y así, a partir del primer tercio del siglo XX, comienzan a aparecer una serie de poetas como Aali Tokombaev (que también criticó el injusto trato que recibía Kirguistán por parte del gobierno soviético), Kasym Tynystanov (que coleccionó y grabó el folclore kirguís e ideó un alfabeto propio y específico para el idioma del país -motivos por los cuales fue arrestado y ejecutado por los soviéticos-), Yashyr Shivaza (que también idéo un alfabeto, en ese caso para otra lengua local conocida como dungan), Joomart Bokonvaev, Kubanichbek Malikov o Jusup Turusbekov. Y también en esa primera mitad del siglo XX, prácticamente por primera vez en la historia de la literatura nacional, otros géneros diferentes a la poesía cobran relevancia; así, aparecen la prosa, con relatos cortos como los de Kasimali Bayalinov, novelas como las de Tugolbay Sidikbekov (conocido como “el patriarca de la literatura kirguís y la primera persona en recibir el título de Héroe de la República de Kirguistán) y también, aunque en menor medida, ensayos y teatro. De toda la literatura del período soviético se puede decir que estuvo en buena parte controlada y guiada por el régimen, tanto en los temas como en los modelos y los estilos (hay, de hecho, autores como el poeta Alikul Osmonov, que prácticamente abandonan los rasgos del folclore kirguís para amoldarse a las normas de la poesía rusa, ello a pesar de que antes había acometido un importante trabajo de transcripción de poesía oral kirguís con el fin de que no se perdiera).

En la segunda parte del siglo XX, aparece el que tal vez es el protagonista indiscutible de las letras kirguises, y sin duda el autor del país más conocido a nivel internacional, Chinguiz Aitmatov (escribió tanto en kirguís como en ruso, y trabajó sobre todo los géneros de la novela corta y el relato). Otros autores notorios de esa segunda parte del siglo XX, y del siglo XXI, han sido Kasymaly Jantoshev (también uno de los autores nacionales más relevantes, considerado el fundador del teatro kirguís), Jolon Mamytov (poeta conocido por sus poemas y canciones de amor que ganó varios premios a nivel de toda la URSS) o Tologon Kasymbekov (conocido principalmente por sus novelas históricas). También merece la pena destacar que el autor de nacionalidad uzbeka Hamid Ismailov nació en Kirguistán.

La literatura sobre Kirguistán

Para repasar la historia del viaje y de la literatura de viajes en Kirguistán, hay que comenzar diciendo que el hoy territorio del país era atravesado por la mítica Ruta de la Seda, con lo que fueron los comerciantes que transitaban la ruta los primeros en viajar por Kirguistán, y probablemente en contarlo (había, de hecho, tres ramales diferentes que atravesaban el país). Fruto de esa ubicación en la ruta, el siguiente viajero histórico que merece la pena destacar es Marco Polo, que plasmó sus aventuras en el “Libro de las Maravillas”, y también habló sobre los kirguises el monje Juan del Plano Carpino.

De época moderna son varios libros de literatura de viajes que tratan de Kirguistán así como -la mayoría de las veces- también del resto de países de Asia Central. Algunos de los mejores ejemplos son “La sombra de la ruta de la seda”, de Colin Thubron, “Sovietistan”, de Erika Fatland, “Sueños perdidos en la ruta de la seda”, de Marc Morte, “Viaje al silencio”, de Francisco L. Seivane o “Una viajera por Asia Central”, de Patricia Almarcegui.

Lecturas propuestas

Yamilia (Chinguiz Aitmatov)

Se trata de una novela corta en la que el autor kirguís cuenta la historia de un niño que vive en una pequeña aldea y al que las actividades y obligaciones diarias derivadas de las necesidades de la familia le llevan a experimentar una serie de vivencias que seguramente nunca en la vida olvidará. Los tiempos que corren no son sencillos -hay una guerra a la que han tenido que ir a combatir sus hermanos mayores y las condiciones económicas de su familia son precarias- pero él encuentra el tiempo, el espacio y la forma de conocer muy bien a las personas con las que más tiempo pasa cada día y para darle alimento a la incomparable sensibilidad que le caracteriza.

Sueños perdidos en la ruta de la seda (Marc Morte)

En este libro que es de un autor especialista en los países que componían la antigua Unión Soviética, se narra un viaje por la región de Asia Central, y en concreto dos capítulos están dedicados a Kirguistán. Bishkek -la capital del país-, Osh, Ozgon, Karakol o Kochkor son algunas de las ciudades que Morte visita, mostrando algunos de sus atractivos mientras se esfuerza por explicarle al lector las principales características del pueblo kirguís (sus rasgos físicos, cómo han sido influidos por Rusia en mayor medida que los países vecinos, etc) y desgrana las anécdotas que el viaje le regala con generosidad, sin duda con motivo del estilo desenfadado con el que viaja.

Viaje al silencio (Francisco L. Seivane)

De nuevo se trata de un libro dedicado a toda la región de Asia Central, pero con una generosa sección dedicada al país que nos ocupa. A pesar de que visita la capital de Kirguistán en dos ocasiones, Seivane intenta darle un mayor peso a la cara más rural del país, y en ese sentido no son pocas las carreteras y los paisajes que a lo largo del viaje se describen. Pero si de algo se puede decir que es el verdadero activo del libro, es de los testimonios que el autor consigue de los kirguises con los que se va encontrando a lo largo de su viaje, algunos de los cuales le dejan al lector la clara visión de que la vida no siempre es fácil en esa parte del mundo.

El largo hilo de seda (Eduardo Martínez de Pisón)

Si en el libro anteriormente comentado se podía decir que la Kirguistán rural era algo más protagonista, en este, directamente, la protagonista indiscutible es la naturaleza del país, pero no la domada por el hombre, sino la salvaje, aquella que el hombre ni siquiera podrá soñar con controlar mínimamente. También protagonista es la Ruta de la Seda, en especial a su paso por las imponentes cordilleras asiáticas, en las que Martínez de Pisón, que más que geógrafo es erudito de la geografía, es un auténtico especialista. Por todo ello, al lector solo le quedará relajarse, disfrutar, y si acaso sacar el bloc de notas para aprender sobre la geografía de Kirguistán (y de algunos de los países vecinos).

Unos apuntes geográficos, históricos y culturales que ayudan a entender la literatura

Kirguistán es un país de la región histórica y geográfica de Asia Central, de un tamaño reducido para los estándares asiáticos y de un carácter eminentemente montañoso. A nivel geopolítico el territorio siempre ha vivido a la sombra de los gigantes que le rodean (principalmente Rusia y China, a cuyos imperios y estados ha pertenecido en varios momentos de la historia), e incluso actualmente tiene una menor relevancia que países de mayor tamaño y de superior relevancia política y económica, como Kazajstán o Uzbekistán.

En lo que concierne a la historia del país, hay que comenzar diciendo que el pueblo kirguís tiene una procedencia siberiana que ha sido confirmada por estudios genéticos recientes. Llegó al territorio que hoy constituye el país cuando se vieron obligados a desplazarse por la presión del Imperio Mongol. En el siglo XII, el Islam se convirtió en la religión dominante en la región, y a partir del siglo XV se estableció la República Kirguisa, antes de que el territorio cayese bajo el control primero del Khanato de Kokand y después del Imperio Ruso. En 1991, con la disolución de la URSS, el país volvió a gozar de independencia.

En lo cultural, hay que resaltar que, aunque el kirguís es el principal grupo étnico con un 70% de la población, hay unos 80 grupos étnicos más, entre los que se encuentran tanto personas de otras nacionalidades (rusos, ucranianos, kazajos, etc) como pertenecientes a etnias sin un estado reconocido (tártaros, uigures, dunganos, etc). Algunas de esas etnias practican el seminomadismo, y en cualquier caso dos tercios de la población tienen un modo de vida rural. En lo religioso, más de tres cuartos de la población es musulmana, siendo el resto principalmente cristianos.



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