La literatura de Rumanía


País: 
Rumanía

La literatura de Rumanía

Las constituidas por los pueblos dacios fueron las primeras tribus que habitaron el territorio que hoy conforma Rumanía de los que se tiene constancia (estaban emparentados con pueblos tracios, ilirios y albaneses), y suyas son por tanto las primeras formas de literatura de las que se puede hablar al abordar la literatura del país. La de los dacios era una literatura transmitida de forma oral que adoptaba rasgos como el de haber surgido en el territorio que hoy es Transilvania, el de reproducir principalmente mitos, leyendas, historias, tradiciones y rituales, el de contar con personajes fantásticos entre los que destacan el vampiro o el hombre lobo y el de servir para pasar de generación en generación las principales creencias que tenían como pueblo (entre otras, la de considerarse a sí mismos inmortales o la del poder supremo que ejercía Zalmoxis, la divinidad principal de su panteón). Sin duda, estas formas de literatura oral dacia son la base de lo que posteriormente ha sido el folclore rumano, compuesto principalmente por poemas producidos en el seno sobre todo de  comunidades campesinas, que quisieron ser retomados y recopilados a partir del siglo XIX.

En un momento posterior, después de que transcurriese el lógico tiempo necesario para que se formase el que iba a terminar siendo el idioma nacional, el primer documento escrito en rumano fue una carta enviada en 1521 por Neacsu de Campulung a un juez de Brasov, y a ella le iban a seguir traducciones de textos del antiguo eslavo eclesiástico allá por el siglo XV (ello como consecuencia de la irrupción en el país de la religión cristiana ortodoxa), destacando las obras conocidas como “Psaltirea Scheiana” y “Codicele Voronetean”-. Y de índole religiosa iban a ser también, por lo general, las principales obras que se generaron en los siglos XVI y XVII, entre las que destacan las traducciones del Antiguo Testamento y de la Biblia. En cualquier caso, en el siglo XVII, ya sí hubo algunos autores que diversificaron algo la temática (es el caso del poeta Dosoftei Barila, a pesar de que era monje) y llegaron vientos del Humanismo que también llevaron al interés por otros temas (destaca la aportación de Miron Costin y de Dimitrie Cantemir, que escribieron textos históricos).

En el siglo XVIII, el territorio del país estuvo dominado por el Imperio Otomano y por ello en la literatura del período se dejó notar la influencia griega. En ese siglo, algunos de los nombres más destacados de las letras nacionales fueron los de Ienachita Vacarescu y Alecu Vacarescu (eran padre e hijo, y ambos se dedicaron principalmente a la poesía), Anton Pann (que trató de combinar el folclore otomano con el espíritu de los Balcanes) o Dinicu Golescu (que se inspiró con el iluminismo europeo, un movimiento que trataba de reaccionar contra el absolutismo). Pero sin duda iba a ser el siglo XIX el del auténtico resurgir cultural y literario rumano, con la habitual presencia de los escritores en el movimiento revolucionario que hervía en el país; en ese contexto adquirieron protagonismo figuras como las de Ion Heliade-Radulescu (sobre todo poeta romántico y clásico, aunque también se dedicó a otros géneros además de ser el fundador del primer periódico del país y de la Academia Rumana y el impulsor del Teatro Nacional de Bucarest), Vasile Alecsandri (poeta y dramaturgo de extensa obra), Mihai Eminescu (el poeta rumano más conocido a nivel mundial), Ion Luca Caragiale (uno de los principales dramaturgos de las letras rumanas), Ion Creanga (dedicado principalmente al cuento) y Barbu Stefanescu Delavrancea (que se prodigó en varios géneros).

Finalmente, en el siglo XX se iban a suceder una serie de etapas determinadas por la evolución política. En el período de entreguerras destacaron escritores como Liviu Rebreanu (autor de relevantes novelas de contenido psicológico y social), Camil Petrescu (uno de los novelistas más importantes del siglo en el país), George Calinescu (que se orientó al Clasicismo y el Humanismo), Mihail Sadoveanu (novelista adscrito a la corriente del Realismo) y Lucian Blaga (gran poeta y dramaturgo). En el período comunista, los autores destacados fueron Marin Preda (novelista de gran nivel y relevancia), Nichita Stanescu (considerado uno de los grandes poetas rumanos del siglo) o Mircea Ivanescu (también poeta, importante en los últimos años del período comunista) –en el extranjero, también representaron el espíritu nacional autores de gran relevancia como el dramaturgo Eugene Ionesco o el novelista Emile Michel Cioran-. Por último, en el período posterior al comunismo sobresalieron figuras como Mircea Nedelciu (que apostó por la escritura experimental), Mircea Cartarescu (poeta principalmente, aunque también con obras relevantes en otros géneros), Gheorge Craciun (importante novelista de los años 80) o Traian T. Cosovei (poeta que ha ganado diversos premios).

La literatura sobre Rumanía

No despertó el hoy territorio rumano gran interés entre los viajeros de la Antigua Grecia, aunque en tiempos del Imperio Romano constituyó la provincia de Dacia y probablemente son de ese momento los primeros testimonios dejados por extranjeros (merece la pena destacar, aunque no se trate de literatura propiamente dicha, que precisamente la narración de las batallas de Trajano contra los dacios constituye el tema principal de los relieves de la conocida Columna de Trajano que está en Roma). Después, el viajero español Benjamín de Tudela dejó constancia en un temprano siglo XII de su paso por la región de Valaquia.

De época contemporánea, por su parte, son las obras “A la sombra de Europa. Rumanía y el futuro del continente”, de Robert Kaplan, “Bucarest. Polvo y sangre”, de Margo Rejmer, y “El gitano que hay en mí. De Alemania a Rumania a pie”, de Ted Simon. También hablan sobre Rumanía, pero en este caso en combinación con otros países, el “Vivir para viajar” de Enric Balasch, el “Viajar a través de las leyendas” de José Manuel Pérez Tornero y Santiago Tejedor, o el “Guardianes de la memoria” de Álvaro Colomer.

Lecturas propuestas

El ruletista (Mircea Cartarescu)

Esta breve novela de un autor que se ha dedicado más a la poesía que a la prosa, es una auténtica joya literaria con la que el lector no dejará de sorprenderse ni un solo momento. Se cuenta la historia de uno de esos personajes irrepetibles que un lector nunca olvidará, que se curte en el oscuro mundo de ese juego tan horripilante que es la ruleta rusa hasta llegar a dominarlo con pericia y a desafiar a cuantas leyes pueden existir en la naturaleza y en la humanidad. Así, lo que comienza siendo una historia cualquiera, termina ganando dosis y más dosis de intriga y de suspense, llevando al lector siempre un poco más allá a través de un manejo formidable de la tensión narrativa. Para completar el desafío para los lectores, algunos de los aspectos de la historia quedan a su libre interpretación.

El verano en el que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Tibuleac)

Esta novela de la escritora moldava-rumana cuenta una historia tan tierna como escalofriante, que no es otra que la de un hijo y una madre que pasan el que casi con toda seguridad va a ser su último verano juntos, como consecuencia de la enfermedad que la madre sufre. Pasan el verano en un tranquilo –y casi idílico- pueblo francés, que sin duda constituye un escenario cercano al ideal para que ambos traten de aislarse en la medida de lo posible de lo que por otra parte es imposible olvidar. Porque, sin que puedan evitarlo, a su momento presente llegan pensamientos, recuerdos, miedos y expectativas, pero sobre todo, y por encima de cualquier otra cosa, momentos especiales que ninguno de los dos podrá nunca olvidar.

El rinoceronte y otros relatos (Eugene Ionesco)

En este libro de relatos cortos del escritor rumano, se ofrece un interesante repertorio de algunas de sus mejores historias, en algunos casos adaptadas al teatro. Destaca por encima de las demás “El rinoceronte”, esa historia que ha llegado a ser tan divulgada y representada en la que una especie de epidemia, con la que las personas comienzan a convertirse en rinocerontes, llega a una ciudad. Detrás de ese fenómeno hay en realidad un proceso por el que la comunidad que vive en esa ciudad –y en última instancia, la humanidad entera- comienza a homogeneizarse y simplificarse de manera preocupante, aunque por suerte los que aún están a salvo pueden ejercer cierta resistencia. El resto de relatos está en la línea de lo que suele ser el autor, con historias que parecen rozar el absurdo pero que tienen mucha más lógica –y enseñanza- de la que parece a primera vista.

Vivir para viajar (Enric Balasch)

Se trata de un libro de literatura de viajes que cuenta con una estructura atípica, ya que está dividido en nueve secciones en las que se cuentan las vivencias del autor en otros tantos destinos, sin que ninguno de ellos tenga gran cosa que ver entre sí (si acaso, cierta tendencia del autor a buscar lo histórico y lo artístico). Uno de esos destinos es Rumanía, un país en el que el autor persigue las huellas de ese personaje legendario que es el Conde Drácula, ofrece algunos datos históricos del país, cuenta algunos pormenores de las estilizadas calles de Bucarest, narra la visita a diversos monasterios y castillos del país y da a conocer algunos aspectos de ciudades como Cluj Napoca, Shigisoara, Sibiu o Tirgoviste.

Unos apuntes geográficos, históricos y culturales que ayudan a entender la literatura

Rumanía es un país de tamaño relativamente grande para los estándares europeos que está situado en la parte oriental de Europa, en concreto a orillas del Mar Negro y en la zona que se considera intersección entre Europa Central y Europa suroriental. Es uno de los veintisiete estados que forman parte de la Unión Europea. La Cordillera de los Cárpatos –que rodea a la meseta de Transilvania- y el Río Danubio –que dibuja gran parte de la frontera con Bulgaria- son los principales y más conocidos hitos de la geografía física del país.

Fueron los dacios (con su líder más conocido, Decébalo, a la cabeza) el primer pueblo que habitó en el hoy territorio rumano, antes de que llegaran las hordas romanas para hacer de él una más de sus provincias. Después, distintos pueblos (como los de origen germano, eslavo y túrquico) han dejado su influencia en la región, hasta que las regiones de Transilvania y Valaquia (y también la que constituye el hoy país vecino de Moldavia) fueron conformando su personalidad y llegaron a un movimiento de renacimiento nacional en el siglo XVIII. Siguieron el reparto del territorio a manos de los imperios ruso y otomano, la independencia, la neutralidad en la Primera Guerra Mundial y la toma de partido por el eje franco-italo-nipón en la Segunda, para después abrazar el socialismo y comenzar la transición a la democracia tras la caída del Muro de Berlín.

Si bien parece clara una línea de descendencia directa desde los pueblos dacios, el grado de mezcla étnica y cultural al que se ha visto expuesto el actual pueblo rumano está fuera de toda duda. En cualquier caso, más allá de ese pueblo rumano mayoritario (que constituye el 89% de la población) viven en el país numerosas minorías étnicas, entre las que merece la pena destacar la de los romaníes o gitanos (que podrían suponer el 10% de la población de acuerdo a algunas fuentes) y las constituidas por emigrantes de los países europeos vecinos (destacan los procedentes de Hungría). En lo religioso, en torno al 80% de  la población se identifica como cristiana ortodoxa.



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