Un ejercicio de lectura cruzada
Hace algunos días he vuelto a la lectura de uno de los libros que mayor fascinación me han provocado. Me refiero a la serie de relatos del estadounidense Ray Bradbury, publicada en 1950 y titulada “Crónicas Marcianas”. En un ascenso cronológico que se extiende desde enero de 1999 hasta octubre de 2026, somos testigos del arribo y la conquista o “colonización” del planeta Marte por parte de una humanidad atravesada por la melancolía, la nostalgia y el miedo. No quisiera detenerme en los detalles de este libro porque, por un lado, son abundantes desde cualquier punto de vista, y por otro, si nos limitáramos a uno o dos pecaríamos de injusticia respecto a una obra que, en pocas palabras, “lo tiene todo”.
En estas líneas, me gustaría ensayar un ejercicio de lectura cruzada entre uno de los relatos de este conjunto, “La tercera expedición”, y el texto “Borges y yo” del argentino Jorge Luis Borges (El hacedor, 1960) a partir de un tópico cultural ya clásico y conocido por muchos de nosotros: me refiero a la figura del “alter ego” (el otro yo). Esta expresión latina habilita la existencia de una “duplicación” o de un “segundo yo” con caracteres distintos a los del primero. El alter ego o doble aparece cuando dos incorporaciones del mismo personaje coexisten en un espacio o mundo ficcional, cuando el individuo se contempla a sí mismo como un objeto ajeno gracias a una suerte de bilocación del sujeto. El ensayista Víctor Herrera, en su libro “La sombra en el espejo” (1997, p. 12) expresa que el abordaje profundo del desdoblamiento de la personalidad pudo iniciar varios siglos antes,
(...) desde el romanticismo alemán el motivo asumirá una entidad eminentemente subjetiva. Es decir, se concentrará en la contemplación del doble desde y por parte de un Yo protagonista, para el que tal contemplación constituirá un conflicto. A partir de entonces, el encuentro con el doble supondrá un encuentro con el destino”.
El alter ego, una figura literaria universal
Como ejemplos emblemáticos del alter ego en literatura podemos nombrar el cuento “William Wilson” de Allan Poe, incluido en sus célebres “Narraciones extraordinarias”, donde la figura del doble acosa al protagonista; o la ya clásica novela de Stevenson en la que el Doctor Jekyll y el señor Hyde se presentan como dos figuras antagónicas en un mismo personaje. Podríamos agregar también la novela “El retrato de Dorian Gray” de Wilde en la que la pintura de Basil envejece sin que el modelo sufra los embates del paso del tiempo. Así, muchísimos ejemplos más. Lo más importante respecto a este tópico es que, sin lugar a dudas, potencia la reflexión respecto a la pregunta sobre la identidad del ser humano y su vinculación problemática con la realidad en la que está inmerso; en otras palabras, constituye un mecanismo del lenguaje y la literatura para dirigir y dar una forma coherente a los conflictos entre los términos individuo e identidad.
El texto de Bradbury
En “La tercera expedición” de Bradbury (si no la han leído, vayan en este instante a hacerlo), los dieciséis hombres que lograron atravesar lentamente “las atmósferas superiores de Marte” y aterrizar en un prado verde con aire enrarecido, fueron testigos de una imagen imposible: donde se suponía que no debía haber rastros de civilización alguna encontraron casas victorianas con porches adornados de geranios y gramófonos que reproducían clásicas canciones. En todos sus detalles, se levantaba ante sus ojos el pueblo de sus infancias, un florido rincón de Illinois. No podía ser posible. La tripulación al mando del capitán John Black, se encontraba desconcertada; comenzaron a proponer posibles soluciones lógicas al milagro que estaban viviendo. De pronto, cualquier razonamiento estuvo de más. Padres, hermanas, abuelos, esposos, todos muertos hace varios años, venían desde distintos puntos a abrazar y reencontrarse con sus seres queridos recién llegados. El serio y sensato capitán Black, cuando vio a su hermano y después a sus padres, no pudo sino admitir “un hombre no hace muchas preguntas cuando su madre vuelve de pronto a la vida”.
Sin embargo, en un instante de lucidez se le vino a la mente una alocada, insólita, inverosímil pero contundente teoría. Lo que estaba viviendo debía tener una causa… ¿quién ha vivido en Marte desde hace miles de años para producir todo esto? ¿Los humanos? Imposible. ¿Marcianos? ¡Marcianos! ¿Y si en este planeta al que ha llegado con sus hombres viven marcianos que odian a los seres humanos y pretenden destruirlos? ¿Cómo lo harían? ¿Qué armas utilizarían que fuesen más potentes que las nucleares que manejan los terrestres? En la solución y el desenlace del relato encontramos la huella potente del alter ego al que estamos haciendo referencia y, al mismo tiempo, el clímax de la historia. Aunque me siento tentado, no quiero anticipar nada al potencial lector.
El texto de Borges
Por otro lado, al comienzo de “Borges y yo” (que también invito a leer completo), el narrador, que en este caso remite al Borges biográfico, indica:
“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico”.
Para cerrar agrega:
Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así, mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.”
En este texto pareciera que presenciamos la existencia de “dos Borges”, uno que vive, y otro que escribe; sin embargo, el “Borges” del que trata el narrador en esta suerte de poema en prosa no es un contrincante o un rival… es simplemente su alter ego; en este sentido, vemos que, según se halle en uno u otro lado del espejo, puede ser el ilustre escritor, su semejante, su par.
Una reflexión
En fin, es verdad que no amplié demasiado el análisis de los textos ni los cité exhaustivamente, de hecho, tampoco anticipé sus desenlaces o sus puntos trascendentales. Lo que quiero que revisemos con atención es que, si bien estamos ante dos textos completamente diferentes, existe un elemento que los une: no solo este tratamiento que ambas obras realizan respecto al tópico del alter ego, sino a la profunda perspectiva que a partir de este se genera. ¿A qué nos invita la identificación de la presencia de un “otro” en una producción cultural, literaria en este caso? ¿Qué podemos hacer con ello? Tanto en “La tercera expedición” como en “Borges y yo”, estamos ante una prueba contundente de lo que puede provocar la literatura en la mente de un lector. Nos permite hallarnos cara a cara ante el dilema de ¿Quién soy yo realmente? ¿Quién quiero ser? ¿Quién espero ser? ¿Qué pretendo ser?
En esa línea me he animado a leer y conectar ambos textos. Ojalá esta breve reflexión los ayude a entrar a ustedes también con otros ojos a estas dos mínimas joyas de la literatura universal del siglo XX.
Referencias:
- Abrams, M. H. (1975). El espejo y la lámpara. Teoría romántica y tradición crítica. Barcelona, España. Barral.
- Figueroa Buenrostro, S. G. (2013). Poe y Cortázar: el motivo del doble, en Sincronía, Revista de Filosofía y Letras, año XVII, Núm. 64, julio – diciembre 2013.
- Herrera, V. (1997). La sombra en el espejo, Madrid, España. Sello Bermejo.
- Kohan, M. (2017). Alter ego. Ricardo Piglia y Emilio Renzi: su diario personal. En Revista Landa (Vol. 5 n° 2 – p. 261 – 272).
- Martínez López, R. (2006). Las manifestaciones del doble en la narrativa breve española contemporánea. Universidad Autónoma de Barcelona. Departamento de Filología Española (Tesis doctoral dirigida por Fernando Valls Guzmán).