El papel de Oriente en la historia de la literatura de viajes


El viaje, un papel destacado en la literatura desde los inicios

El viaje y su relato han ocupado y significado una cuota relevante en cuanta literatura se ha producido a lo largo de la historia, y así, ya las primeras civilizaciones basaron historias y leyendas, tanto orales como escritas, en cuanto se veía y se experimentaba en largos periplos por tierras desconocidas y con frecuencia alejadas de los territorios que esos propios pueblos y civilizaciones ocupaban. Así, las primeras epopeyas de la Antigüedad, de las que ya se habló en una entrada aparte de la sección de Literatura Comparada de esta web, no narran otra cosa sino viajes, como ocurre en la mesopotámica “Gilgamesh”, en la griega “La Odisea” o en la romana “La Eneida”, justamente las tres epopeyas comparadas en el mencionado artículo. Pero estos no fueron, ni mucho menos, los únicos  ejemplos y exponentes del mencionado fenómeno, pues otras muchas obras de esas civilizaciones, así como de otras (en el Antiguo Egipto, por ejemplo, abundaban las manifestaciones literarias que contaban largas expediciones –los relatos se solían grabar en las tumbas, como en el caso de la del funcionario y explorador Herkhuf-) también iban en la misma dirección. Esa presencia del viaje en la literatura de la Antigüedad, pasaba por la transmisión de historias acontecidas en viajes imaginarios, o al menos en los que no era sencillo separar lo real de lo ficticio.

El viaje real sustituye al imaginario y Oriente entra en escena

Pero el tiempo pasaba, y los pueblos iban desarrollando y poniendo a punto sus medios para efectuar desplazamientos largos. Ya los momentos de máximo esplendor   -y posteriores- de Grecia y Roma trajeron inquietudes y capacidades superiores en ese sentido, y de ahí en adelante, no se iba a dejar de superar fronteras. Sin embargo, aunque los desplazamientos se hacían en todas las direcciones en las que se podía (obviamente, en el proceso influyen sobremanera los conocimientos técnicos que se tenían, y derivado de ello, el mundo conocido en cada momento de la historia), un territorio o espacio geográfico se iba a ir erigiendo en protagonista principal de la mayoría de las narraciones viajeras. Y ese territorio y espacio no es otro que ese concepto tan sugerente como difícil de delimitar que es Oriente.

Un repaso al mítico libro de Jules Verne “Historia de los grandes viajes y los grandes viajeros”, que aborda como pocos el estudio de la historia del viaje, deja claro que las expediciones hacia el Este predominaban en las distintas civilizaciones e imperios que se iban sucediendo. Heródoto, Nearco, Estrabón, Arculfo o Willibald son solo algunos de los viajeros a los que ya antes de siglo X el Oriente les despertó la curiosidad. La enorme variedad y diversidad que tiene el continente asiático (con pueblos muy distintos entre sí) o el hecho de que allí se desarrollasen civilizaciones de igual o mayor nivel de sofisticación (como Persia o China), pronto avivó el interés de aquellos europeos que podrían desplazarse y dar su testimonio de lo que veían.

Consolidación como destino predilecto desde la Edad Media hasta la actualidad

Los viajeros medievales de mayor relevancia, como el judío navarro Benjamín de Tudela, el tangerino Ibn Battuta, el madrileño Ruy González de Clavijo o el veneciano Marco Polo, también iban a enfocar a Oriente sus expediciones, por más que los motivos de unos y otros para dirigirse allí fuesen diferentes. Ni siquiera el descubrimiento de América, o los progresos que se iban haciendo en el conocimiento del interior de África, fueron factores que consiguieron evitar que Oriente siguiese teniendo incentivos poderosos para que las expediciones de las florecientes potencias europeas se dirigiesen allí. Por supuesto, se viajaba a esos recién conocidos y conquistados territorios, pero el fin no era el de fascinarse con cuanto se veía y se vivía, sino más bien el de satisfacer determinados intereses económicos, comerciales o políticos, mientras que en el caso de los viajes a Oriente el gusto por lo desconocido, o la atracción de sugerentes civilizaciones continuaban contándose entre las motivaciones principales.

En la literatura de viajes de los siglos posteriores, e incluso en la contemporánea, el interés por Oriente no ha decrecido; si bien es cierto que el reparto entre las distintas regiones del mundo es más equitativo, sobre todo debido a los avances técnicos y a las mayores posibilidades de desplazarse a casi cualquier lugar del planeta, China, India, Japón, el Himalaya o el Mundo Árabe siguen ocupando ingentes cantidades de páginas de los más prestigiosos escritores de literatura de viajes (solo la propia Europa ha sido capaz de hacer frente a Oriente como destino predilecto, y esto principalmente en un período limitado a los siglos XVIII y XIX, cuando el Grand Tour llevó a los jóvenes nobles europeos a acometer viajes formativos por su propio continente). Paul Theroux, Mark Twain, Alexandra David-Neel, Colin Thubron, Annemarie Schwarzennbach, Ryszard Kapuscinski, Isabella Bird, Lafcadio Hearn, Nicolas Bouvier o Gertrude Bell son solo algunos de los grandes nombres de la literatura de viajes que han sentido fascinación por Oriente, y que han centrado buena parte de su obra en aquella amplia región.



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