Libros y autores que se van encadenando, por Teresa Castells

Paul Auster y Ángel González, azar e identidad

En los libros de Paul Auster, sobre todo en “4 3 2 1” –que trata sobre cuatro posibles opciones de vida de su protagonista- siempre está presente el azar y su forma de presentar los hechos como un cúmulo de casualidades. Empecé a conocer su obra, coincidiendo en el tiempo con la publicación de “Brooklin Follies”, aunque los dos primeros que leí fueron “La noche del oráculo” y “El Palacio de la luna” y a partir de ahí, “La Trilogía de Nueva York” –“Ciudad de Cristal”, “Fantasmas”, “La habitación cerrada”-, “El libro de las ilusione”s”, Mr. Vértigo”, “Jugada de Presión”, “Tombuctú”, “Leviatán”, “Creía que mi padre era Dios”, “La música del azar”... y creo que, de todos los publicados después de “Brooklin Follies”, tengo pendiente el último “La llama inmortal de Stephen Crane” -periodista y escritor americano, autor de “La roja insignia del valor” que murió, en 1900, a los 28 años- y que me acabo de comprar como regalo de mi próximo cumpleaños.

Otro tema omnipresente en su obra es el de la identidad. Leyendo “Diario de Invierno”, al final de la página 125, comienza un largo párrafo sobre su origen:

“Te gustaría saber quién eres. Con poco o nada para orientarte, das por sentado que eres el producto de vastas migraciones prehistóricas, de conquistas, violaciones y secuestros, que los prolongados y tortuosos cruces de tu horda ancestral se han extendido por muchos territorios y reinos, porque tú no eres la única persona que ha viajado, después de todo tribus de seres humanos llevan miles de años desplazándose por el planeta, y ¿quién sabe quién engendró a quién que a su vez engendró a quién que engendró a quién para luego engendrar a quién hasta acabar con tus padres engendrándote en 1947? Sólo puedes remontarte a tus abuelos, con escasa información sobre tus bisabuelos por parte de tu madre, lo que significa que las generaciones que los precedieron no son más que un espacio en blanco, un vacío de conjeturas y ciegas suposiciones (…).”

Esta disgresión genealógica de Auster me recordó un poema de Ángel González, de su libro “Áspero mundo”, englobado en “Realidad casi nube”:

“Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron / con su cambiante luz, su vario cielo, / el viaje milenario de mi carne / trepando por los siglos y los huesos. / De su pasaje lento y doloroso / de su huida hasta el fin, sobreviviendo / naufragios, aferrándose / al último suspiro de los muertos / yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; / esto que veis aquí, / tan sólo esto: / un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún sitio. El éxito / de todos los fracasos. La enloquecida / fuerza del desaliento…”.

Ángel González y García Montero, poetas: "Mañana no será lo que Dios quiera"

He leído bastante poesía de Ángel González, me identifico mucho con su contenido y me parece que tiene una directa y hermosa –aunque a veces también ruda– manera, de plasmar sus pensamientos y sentimientos. Su biografía, escrita por su amigo, y como él poeta, Luis García Montero, titulada “Mañana no será lo que Dios quiera”, es un delicioso libro sobre su infancia y adolescencia en Oviedo- y los hechos que acaecieron en esos tiempos: revolución de octubre, guerra civil…–; en el que fragmentos de sus poemas van apareciendo para ilustrar lo relatado. El que contiene el título:

“Pero nada es aún definitivo. / Mañana he decidido ir adelante, / y avanzaré, /mañana me dispongo a estar contento, / mañana te amaré, mañana / y tarde, / mañana no será lo que Dios quiera. / Mañana gris, o luminosa, o fría, / que unas manos modelan en el viento, /que unos puños dibujan en el aire.”

La prosa poética, no podía no serlo, de García Montero para contar la vida de Ángel González, nos habla de “una carpeta azul con muertos vivos, vivos que mueren y vivos de una muerte imposible.” Y más adelante desarrolla esa idea: “hay personas de muerte imposible, que siguen viviendo en la casa después de desaparecer, hubo muertos que estuvieron cerca del niño, gente muy conocida a la que nunca llegó a conocer.” A esta categoría pertenecen su padre y su abuelo: “(…) Pedro González Cano y Manuel Muñiz y García, los muertos que más han vivido en la existencia de Ángel.” De cada uno de ellos recibía el niño consejos: “Nunca des la espalda a la gente que merece ayuda, le repitió en muchas ocasiones el difunto Manuel Muñiz a su nieto Ángel. El difunto Pedro González Cano, en su condición de recuerdo vivo, también repetiría muchas veces al oído del niño que la dignidad no depende de los honores oficiales, ni del dinero librado por los bancos, sino de la honradez personal y del trabajo bien hecho.”

García Montero y Almudena Grandes, diálogos literarios

Luis García Montero me lleva a su esposa, recientemente fallecida, Almudena Grandes, con la que intercambiaba mensajes a través de los títulos de sus libros; el guiño a su libro “Te llamaré Viernes” –clara alusión a Robinson Crusoe– en el de su poemario “Completamente viernes”, que depositó en su sepultura. El poema que lleva el mismo título que el libro:

“Por detergentes y lavavajillas / por libros desordenados y escobas en el suelo / por los cristales limpios, por la mesa / sin papeles, libretas no bolígrafos, / por los sillones sin periódicos / quien se acerca a mi casa / puede encontrar un día / completamente viernes. / Como yo me lo encuentro / cuando salgo a la calle / y está la catedral / tomada por el mundo de los vivos / y en el supermercado / junio se hace botella de ginebra / embutidos y postre, / abanico de luz en el quiosco / de la floristería, / ciudad que se desnuda completamente viernes. / Así mi cuerpo / que se hace memoria de tu cuerpo / y te presiente / en la inquietud de todo lo que toca, / en el mando distancia de la música, / en el papel de la revista, / en el hielo deshecho / igual que se deshace una mañana / completamente viernes. / Cuando se abre la puerta de la calle, / la nevera adivina lo que supo mi cuerpo / y sugiere otros título para este poema: / completamente tú, / mañana de regreso, el buen amor, / la buena compañía.”

De los “Episodios de la guerra interminable”  de Almudena Grandes he leído “Los pacientes del doctor García”. El fin de la esperanza y la red de evasión de jerarcas nazis dirigida por Clara Stauffer, Madrid-Buenos Aires, 1945-1955, –Stauffer fue una de las dirigentes de la Sección Femenina–; “La madre de Frankenstein". Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica, Manicomio de Ciempozuelos (Madrid), 1955-1956 –la madre de Hildegart Rodríguez, a la que asesinó el 9 de junio de 1933– y, más recientemente “El lector de Julio Verne”. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror, Jaén, Sierra Sur, 1947-1949, encabezado por el poema de Ángel González que alude a nuestra guerra incivil: “Nada es lo mismo, nada / permanece. / Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten.”

Grandes y Galdós: "Episodios". Galdós y Pardo Bazán, cartas de amor

Grandes me llevaría, por su confesada admiración y el título-homenaje para su serie de libros, a Benito Pérez Galdós y sus “Episodios Nacionales”; estoy leyendo “Juan Martín El Empecinado” que transcurre en parte por tierras de Guadalajara, nombrando muchos pueblos de la provincia, entre ellos el mío: “¿Estás segura de que los franceses entraron en Cogolludo?”; y Galdós me enlaza con Emilia Pardo Bazán -de la que el verano pasado leí sus “Cuentos madrileños”- por su correspondencia amorosa sobre la que versa el libro “Miquiño mío: cartas a Galdós”, de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. 'Miquiño mío' (mote cariñoso que sería como 'mico mío' o 'pequeño mío'), también: "Ratonciño querido".

Paul Auster, también poeta

Para terminar vuelvo a Auster, en su inicial faceta de poeta. Un fragmento de su poema “Efigies” de su poemario “Desapariciones” que me parece una hermosa confesión de amor aunque al que va dirigida ya no la pueda oír:

“Nevada. Y en la veta / más profunda de la blancura: memoria / que añade tus pasos / a lo ya perdido. / Sin fin / yo hubiera caminado contigo.”