Literatura de la Antigua Yugoslavia, un proyecto de unificación


Un experimento socio-político en el corazón de Europa

Yugoslavia fue un estado que existió en Europa entre los años 1918 (con la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos) y 1991, con un origen algo artificial fruto de acontecimientos que tuvieron lugar y de decisiones tomadas a partir –y como consecuencia- de esos hitos históricos. Si bien existían algunos elementos en común que podían hacer pensar en la razonabilidad de unir a determinados pueblos que habitaban en gran parte del territorio que se sitúa en el triángulo formado por los mares Adriático, Mediterráneo y Negro (por ejemplo, compartían la identidad eslava, y algunos de ellos compartían un idioma), otros aspectos (una historia diferente, marcada por la ocupación otomana para algunos países como Bosnia o Macedonia y por la cercanía a Europa Central para otros como Croacia o Eslovenia, la adhesión a religiones diferentes o la fragmentación territorial que siempre trae un territorio montañoso –como el de los Balcanes en este caso-) seguramente desaconsejaban la unión de unos países que tenían serio riesgo de terminar conformando un auténtico polvorín. La historia transcurrió como había de transcurrir, con unas cuantas décadas de razonable convivencia y un final tan abrupto como traumático con una de las guerras regionales de mayor impacto del siglo XX.

Pero, más allá de todos los aspectos históricos, culturales, sociales y políticos, ¿qué ocurrió con la literatura de ese estado que terminó siendo fallido? ¿Fue, en todas las décadas durante las que la Antigua Yugoslavia pervivió, algo que gozó de cierta unidad, o por el contrario se mantuvo fragmentada sin apenas elementos comunes?. A ese tipo de cuestiones se enfrenta este artículo.

Pasados literarios diferentes pero intento de desarrollo común

Más allá de las diferencias lingüísticas entre los habitantes de los distintos territorios yugoslavos (un aspecto sin duda determinante en la generación de literatura), ya que el idioma hoy conocido como serbocroata se hablaba en buena parte del territorio pero no en todo, el pasado literario de cada uno de los países que se unieron bajo el nombre y la identidad de Yugoslavia había sido muy diferente, con distintos momentos en los que unos y otros estados habían tenido más protagonismo. Tal y como señala Alicia Jiménez en su artículo de investigación “De literatura yugoslava a… ¿panorama de una literatura sin nombre?”, en época medieval la literatura había destacado más en las actuales Serbia, Montenegro y Macedonia, el Renacimiento tuvo un mayor protagonismo en la zona de la actual Croacia, y en la época de la formación de Yugoslavia los países que la conformaron estaban inmersos en una fase de desarrollo común (les unían algunas tradiciones y enemigos comunes –como los otomanos-). Y a ese objetivo de uniformización contribuyó, como no podía ser de otra forma, el recientemente creado estado y las medidas para ello adoptadas en sus primeras décadas de existencia.  

Según la propia Alicia Jiménez, la exaltación del sentimiento nacional y la autodeterminación de los pueblos eran algunos de los temas principales que ayudaban a cohesionar la literatura. Obviamente, existían diferencias regionales, pero tal vez no deba olvidarse que estas también se dan con cierta frecuencia en aquellos países que tienen una larga tradición histórica común y que llevan tiempo siendo un mismo estado, ya que estos también cuentan con regiones o zonas distintas entre sí (baste mostrar el caso de España, donde, como ocurría en la Antigua Yugoslavia, también hay regiones en las que se hablaba un idioma distinto al castellano). También, como no podía ser de otra forma, los patrones promovidos por el Socialismo no dejaron de influir de igual forma en la literatura de todos los rincones del estado yugoslavo. Después, obviamente, el desarrollo de los acontecimientos históricos iba a influir en la literatura, donde como en todos los demás ámbitos se fueron materializando las diferencias y tensiones cada vez mayores que desembocaron en la extinción del estado.

La obra de Ivo Andric, gran exponente del proyecto de unificación

Sin duda, esta intención unificadora tiene pocos exponentes mejores que la obra del que tal vez ha sido el escritor más influyente de cuantos han nacido en el territorio de la Antigua Yugoslavia: el serbobosnio Ivo Andric (ganó el Nobel de Literatura en 1961). Tal vez influyeran en ello los  hechos de que trabajó en el servicio diplomático del  Reino de Yugoslavia entre 1920 y 1923, de que abandonó su Bosnia natal para vivir en la capital del estado, Belgrado, o de que cursó estudios sobre literaturas de otras regiones de lo que iba a terminar siendo su país. Pero de lo que cabe menos duda es de que su obra adoptó una postura de considerar a Yugoslavia como un todo. El mejor ejemplo puede encontrarse en el libro que es considerado su obra maestra, “Un puente sobre el Drina”, ya que, aunque los acontecimientos narrados transcurren en la pequeña y tranquila localidad de Visegrad –en suelo hoy bosnio-, la historia que está detrás y por encima de todos esos sucesos y vivencias no es otra que la del conjunto de lo que fue Yugoslavia, con ese pasado común tan marcado por ciertos factores entre los que puede destacarse la llegada de los otomanos, quienes iban a permanecer cuatro siglos en algunos de los territorios y a intentar conquistar el resto durante un prolongado período. No en vano el propio autor consideraba que los conflictos entre grupos étnicos podían superarse con el conocimiento de la historia de cada uno y tenía esperanzas que todas las diferencias pudieran superarse.

 



Comparte el artículo en las redes sociales