La mítica leyenda de El Dorado americano


El mito y la leyenda, inexorablemente unidos al viaje y la exploración

Desde el momento en el que se produce el boom del viaje y de la exploración a finales del siglo XV, la humanidad emprendió un camino que había de llevarle a presentarse en los más recónditos lugares del planeta, inventando cada vez una nueva frontera a la que llegar hasta que, finalmente, batió las últimas, que se puede considerar que son el Polo Sur en nuestro planeta, y la Luna fuera de él.

Y de manera inevitable, ese conocimiento de territorios desconocidos ha venido acompañado por la producción de historias, mitos y leyendas sobre esos lugares que la fértil imaginación del ser humano siempre ha sido capaz de crear, que a su vez provocaban nuevos viajes y expediciones (muchas de esas leyendas se transmitían de manera oral, otras han contado con una base escrita). Algunas de ellas tenían cierta base de verdad, o al menos se basaban en elementos físicos (por ejemplo, las expediciones para encontrar nuevos hitos geográficos -el Océano Pacífico o el Amazonas, de la mano de Nuñez de Balboa o de Francisco de Orellana respectivamente-, o para encontrar el origen de los hitos geográficos conocidos -los viajes para encontrar las fuentes del Nilo, en África-), mientras que, en el caso de otras historias, una simple suposición bastaba para despertar un rumor que terminaba cobrando fuerza y convirtiéndose en una leyenda (es el caso, por ejemplo, de la leyenda del perdido reino cristiano del Preste Juan, a veces ubicado en Asia, otras en África). Pero, por encima de todas esas historias generadas en todo el mundo, por fuerza de la repetición y de la insistencia, destaca la leyenda de El Dorado del continente americano (de hecho, tan popular llegó a ser la leyenda que, en la actualidad, el nombre se utiliza para designar a cualquier lugar en el que se pueda hacer riqueza fácilmente).

El origen de la leyenda, su formación, y su entrada en el ámbito de la literatura

Parece que existe unanimidad al señalar que el origen de la leyenda de El Dorado se encuentra en las historias que llegaron a oídos de los conquistadores españoles y que consistían en la existencia de un lugar en el que los reyes eran coronados mediante un ritual en el que se empleaba, se vertía, y prácticamente se despilfarraba, el oro. Ese lugar se habría encontrado en el seno del pueblo muisca o chibcha, y se habría ubicado exactamente junto a la Laguna de Guatavita, muy cerca de lo que hoy en día es Bogotá (Colombia). Habría sido Sebastián de Belalcázar el primero en escuchar acerca de ella, y a partir de esa historia inicial se desencadenaron muchas otras, para lo cual a veces solamente bastaba la observación de un objeto de oro en un miembro de un nuevo pueblo conocido, o la escucha de un rumor propagado por las propias comunidades indígenas tal vez intentando desviar la atención de los conquistadores a un lugar lejos del pueblo o la aldea en que ellos vivían.

Las historias eran de lo más variadas, y algunas incluso llegaban a hablar de pueblos en los que todos los utensilios, las casas, e incluso las calles, estaban construidos con oro. También merece la pena destacar el hecho de que, al contar la leyenda con un personaje principal como era el cacique de los muiscas, parece que inicialmente el nombre de la leyenda, “El Dorado”, pudo referirse a esa persona, y no a un lugar. Y a partir de cierto momento, todo ese conjunto de historias y leyendas transmitidas de forma oral comenzaron a plasmarse en la literatura escrita, y en ese sentido hay que destacar que, si bien la leyenda de El Dorado aparece mencionada o contada en muchas de las crónicas y relatos españoles de la época de la conquista, destaca especialmente la literatura producida por autores como Gonzalo Fernández de Oviedo o Juan Rodríguez Freyle.

Las expediciones para encontrar el legendario lugar

Varias fueron la expediciones organizadas para encontrar el mítico El Dorado. Comenzaron abordando el reto los españoles, con expediciones como la del propio descubridor de la historia, Sebastián de Belalcázar, la de Antonio de Sepúlveda (en ella se llegó a cortar un trozo del borde del cráter de la Laguna de Guatavita) o la de Hernán Pérez de Quesada (esta llegó a contar con un ejército formado por 300 españoles y 1.500 indígenas y equipado con 300 caballos). También merece la pena destacar que, si bien no se trató de expediciones que tuvieran como objetivo exclusivo el de encontrar El Dorado, también estuvieron movidos por el interés en el oro algunos de los movimientos que sobre el continente americano llevaron a cabo personajes célebres de la historia de la exploración como Vasco Nuñez de Balboa, Francisco de Pizarro, Francisco de Orellana o incluso el mismísimo Cristóbal Colón.

Después llegarían las expediciones que se dieron en el seno del Imperio Británico, destacando la encabezada por Walter Raleigh o la organizada por la compañía Contractor Limited, y también hubo una a cargo de un explorador portugués, Pere Coelho de Sousa, pero todas tuvieron el denominador común de nunca encontrar tan mítico y deseado lugar. Finalmente, una de las últimas expediciones llevadas a cabo, ya a finales del siglo XVIII, llegó de la mano del entonces gobernador de la Guayana. Y así, la falta de resultados terminó desanimando la preparación de nuevas expediciones, eso sí, sin que ello hiciese disminuir el tremendo valor histórico que esta leyenda tiene.



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